lunes, 7 de septiembre de 2015

Fue operado dos veces del corazón y ahora es ultramaratonista

Fue operado dos veces del corazón y ahora es ultramaratonista
Foto: Cortesía Pedro Vera
Las palabras de Pedro Vera se multiplican a una velocidad tremenda, así brotan durante la entrevista. Y es que son muchas las experiencias que tiene por contar este ultramaratonista venezolano, recorriendo al trote selvas amazónicas o desiertos de sal, cuando en la niñez creyó que su destino sería la quietud, el sedentarismo, a causa de una afección cardíaca.
Nació en 1978 con el síndrome de Wolff-Parkinson-White, una enfermedad que se caracteriza por la presencia de una ruta eléctrica adicional al corazón,  lo que genera episodios frecuentes de taquicardias. “Los médicos decían que no llegaría a los 18 años de edad porque me podía llegar una muerte súbita, cuando el corazón se detiene de repente (…) me daban por desahuciado”, contó a PANORAMA, vía telefónica desde Valencia, donde reside actualmente.

Toda la aventura como ultramaratonista comenzó en 2004, después de su primera operación del corazón. Pertenecía al departamento de transmisiones de la Guardia Real Española y durante un entrenamiento en invierno en Madrid, “comencé a sudar más de lo normal, eso llamó la atención del coordinador y al contarme las pulsaciones por minuto, las tenía sobre 200. Me llevaron de emergencia al hospital y tuve mucha suerte, en el sitio había un especialista en mi enfermedad. El doctor estaba sorprendido de ver a alguien de 28 años con esa enfermedad, porque difícilmente duran tanto”.
Quería demostrar que su temperamento podía llevarlo lejos, más allá de las condiciones físicas que pudiesen impedirlo, así que viajó a Francia para hacer el Camino de Santiago, “cuando iba por el kilómetro 400, me dio una de las peores taquicardias de mi vida, pasé cuatro días en un albergue, la encargada del lugar tuvo que cuidarme, me alimentó con sopas”, recordó. Luego de esta experiencia regresó al cuartel, pero convencido de que volvería pronto a la ruta.
Seis meses después fue operado nuevamente del corazón, “luego de eso volví a tomar mi mochila, regresé a Francia y recorrí los 820 kilómetros del Camino de Santiago en 17 días, yo solo. Después de esa experiencia me di cuenta que las limitaciones solo nos la ponemos nosotros, también la sociedad y a veces nuestras propias familias. El cuerpo humano está hecho para romper paradigmas, para hacer las cosas con las que uno sueña”.
Luego de este episodio, nada ni nadie fue capaz de detenerlo. Cuando culminó su contrato en España, regresó a Venezuela y comenzó a participar en varias competencias de corta distancia hasta que en 2012 se apuntó a su primera gran carrera: el Cruce Columbia, 102 kilómetros desde el volcán Villarrica en Chile hasta el volcán Lanin en Argentina. Este recorrido continuó haciéndolo consecutivamente hasta 2014.
Pedro no sabe vivir sin estar retándose constantemente. Por eso en 2013 y contra todo pronóstico, corrió los 257 kilómetros del Jungle Marathon, “hasta ahora soy el único venezolano que la ha hecho, es una de las carreras más duras del mundo en Brasil, en plena Amazonia. Para mí fueron 287 kilómetros porque cuando me faltaban 3 kilómetros para terminar la carrera, me perdí 30. Cuando llevaba apenas 11 kilómetros de la carrera, sentí cómo se me clavó una rama en la pierna izquierda. Me la tuve que sacar y debí continuar con la pierna abierta por seis kilómetros más hasta el punto de control; me pusieron un suero, sin anestesia entre dos personas me agarraron la pierna para grapármela y seguí corriendo mi carrera”.
 Reconoció el sacrificio tanto físico como económico que tuvo que hacer para realizar esa carrera, “tuve que vender mi bicicleta, empeñar muchas cosas de valor, pero gracias a esa carrera me contactó el organizador de The Road Sign Continental Challenge, invitándome a ser el primer venezolano en participar en ese circuito de carreras”. En junio de 2014 participó en el Ultra Bolivia Rice, una de las etapas del desafío, donde corrió 170 kilómetros atravesando el Salar de Uyuni, el desierto de sal más grande del mundo, “el clima era muy extremo, en la noche podíamos estar a -15 grados centígrados y en el día a 40 grados por encima de los 4 mil metros de altura (…) Esas carreras están hechas para demostrar que los límites están en nosotros”.
La segunda carrera de este circuito la hizo en enero en India, fueron 200 kilómetros con 5 mil 500 de desnivel positivo, “quedé de cuarto lugar, pude haber quedado entre los dos primeros inclusive pero en la tercera etapa, vi las huellas de un corredor que se había perdido, me desvié para buscarlo y traerlo al camino y cuando terminamos la carrera, el corredor de Argentina me regaló el bolso y creció una bonita amistad entre los dos”.
Salar de Uyuni, Bolivia

Noruega fue el escenario de su carrera más reciente, en julio, la Ultra Norway Rice, “donde corrí 160 kilómetros, con 8 mil metros de desnivel positivo. Estábamos a 200 kilómetros del Polo Norte. Hizo bastante mal tiempo, hubo lluvia, cuando no era lluvia era nieve sino granizo, y todo eso en shorts, porque así corro en Venezuela”.
Estos ultramaratones, llamados así por el gran nivel de dificultad que representa cada travesía, pueden llegar a doblegar la voluntad de cualquiera. No es el caso de este venezolano, “si llego a perderme en alguna de las rutas, hablo conmigo en voz alta para darme ánimo, me digo que siempre vale la pena terminar la carrera para enviarle ese mensaje de positivo a las personas. Mucha gente que no es deportista me ha dicho que mi esfuerzo los llena de ánimo para intentarlo, eso es muy satisfactorio”.

El deporte ha sido su mejor terapia para sanar, afirma, “en esas carreras de tanto tiempo, uno hace lo que los niños, se alimenta de cosas sencillas, de cualquier brisa que te dé, cualquier sensación (...) cualquiera de esas cosas sirven de combustible y eso es lo bonito, que uno aprende a valorar en esas carreras que las cosas materiales son efímeras, que lo que queda es lo que uno va sembrando antes, durante, y después de este tipo de eventos”.
África será su próxima aventura en diciembre, será el único representante de Suramérica “así que es un factor más para entrenar duro cada día, serán cinco etapas, 213 kilómetros;  vamos a subir  la montaña más alta de Burkina Faso”.
Entre las memorias que atesora de cada viaje, recuerda cómo los niños en India lo tocaban impresionados de ver una persona blanca, “en Noruega corrí 28 horas con sol siempre, como si fuesen las 3:00 de la tarde; en Bolivia sobreviví una semana solo con 80 dólares pero todo valió la pena al ver la inmensidad del paisaje del salar de Uyuni, llega un momento en que pierdes el horizonte porque todo lo que ves es la sal, es blanco”.
Citando el dicho popular ‘La suerte ayuda a quien ayuda a volar’, contó que cuando fue a Noruega, solo tenía el pasaje, no llevaba dinero para hospedaje ni comida, “justo el día que iba rodando al aeropuerto de Maiquetía, me escribió una señora por FB, me dijo que vivía en Noruega y que aunque no me conociera, me ayudarían pagándome un hotel y la comida durante la carrera”.

Fuera de la ruta, su vida es bastante sencilla, afirma, “me encanta el cine, trabajo en el área de informática y comunicaciones de una clínica, llevo a mi hija de 4 años al colegio, y comparto con mi esposa y mi bebé de cuatro meses. Compartir con mi familia es primordial, me da mucha fuerza”.
Su hija mayor amenaza con seguir sus pasos, “tenemos dos años participando en una carrera llamada Chamotón aquí en Valencia y compartimos eso, le encanta correr. Hace suyas mis medallas, mis victorias son las de ella”.
Los obstáculos que se le han presentado lo han obligado a replantearse constantemente su vida. Durante su juventud deseaba ser militar y tuvo que dejarlo por problemas de salud. Pero este quiebre lo condujo a su verdadera vocación, los ultramaratones. Insistió en que “a todo lo malo hay que sacarle provecho y todo pasa porque tiene que pasar, depende de uno si es para bien o para mal”.
Ahora, uno de sus más grandes deseos es que sigan sus pasos aquellas personas que tienen o tuvieron algún tipo de dolencia y que no se atreven a practicar ningún deporte por no creer en sus capacidades, en su fortaleza: “Espero algún día poder pararme delante de muchas personas y contarle mis historias, demostrarles que a pesar de las adversidades siempre se puede salir adelante pero uno tiene que poner de su parte, las cosas no llegan solas caídas del cielo. Hay que fajarse duro, sabiendo que probablemente llegar a la meta será difícil pero siempre vale la pena intentarlo”.

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