lunes, 10 de diciembre de 2012

En memoria del Acacio Belandria, un sembrador incansable.‏




Mi familia emigro desde los andes venezolanos a Maracaibo, luego de un largo peregrinar producto de una tragedia familiar. Era 1990. Nos instalamos en una casa alquilada en el Barrio El Manzanillo (cuando San Francisco todavía no era municipio). Una madre y cinco muchachos a echar pa´lante!. En esos primeros tiempos conocimos a Acacio Belandria, quien era un Jesuita y párroco de la iglesia de la comunidad. Acacio necesitaba una persona para limpiar su casa y mi madre fue apoyar en esa tarea. Mi madre desempleada recibía un apoyo monetario a cambio.

 Por esos días mis hermanos y yo íbamos con mi madre  en los días que le tocaba hacer la limpieza. Algunas veces barríamos las hojas  de las matas de mango que estaban en el patio y después en mi caso me intereso visitar su biblioteca. En la cual había múltiples retratos de Monseñor Romero y libros sobre  EL Salvador, también aquellas revistas SIC, sobre luchas de las comunidades y de como se organizaba la gente para vivir dignamente. Le fui pidiendo a Acacio que me prestara libros y el amablemente accedía. Fui leyendo de las luchas y un día le pregunte ¿Y que hago yo para luchar también?, ¿para estar en una organización?.  Y me respondió, “allá arriba (refiriéndose al primer piso de la parte de atrás de la iglesia) se reúne un grupito de jóvenes los sábados”. El sábado siguiente fui y conocí a un grupo base de la Juventud Obrera Católica y allí comenzó mi militancia.

Luego de empezar a participar en la JOC seguimos conversando, algunas veces iba en la tarde a hablar  de cualquier cosa. Hasta discutimos fuertemente sobre la organización en la parroquia, tanto en privado como en público. Era un hombre de carácter fuerte, típico de los gochos, como con cariño le decían sus compañeros y compañeras maracuchas del Barrio Bolívar. Colaboraba en las actividades comunes. Lo fui conociendo, me entere que fue asesor de la JOC en los años 70, que había estado décadas en el barrio Bolívar, y que parte de su legado fue participar y animar múltiples organizaciones desde las Comunidades Eclesiales de Base (en la óptica de la Teología de la Liberación) hasta cooperativas.

El Acacio que conocí siempre estuvo organizado y en organizaciones, entendía  al igual que Monseñor Romero:  ”No basta venir a Misa el domingo, no basta llamarse católico, no basta llevar al niño a bautizarlo, aunque sea en una gran fiesta de sociedad. No bastan las apariencias. Dios no se paga de las apariencias. Dios quiere el vestido de la justicia. Dios quiere a sus cristianos revestidos de amor”.

Hace unos años salio del Barrio El Manzanillo y luego de estar en varias responsabilidades, llego al El Nula (en el fronterizo estado Apure), y siguió haciendo lo que el sabia hacer: rogar a Dios y dar con el mazo de la organización de la comunidad para hacer un país mejor.

En 2010 celebro cincuenta años de sacerdocio, poco después en una celebración de una hermana de fe dijo: “Esto y mucho más celebramos en el cumpleaños de consagración de los que hemos echado nuestra suerte con los pobres de la tierra. Para nosotros no hay fronteras. El mundo de las grandes mayorías, no importa dónde vivan, ni a qué continente pertenezcan, son una sola familia, una clase social bien definida, con las mismas angustias, iguales en sufrimientos y el mismo espíritu de lucha por sobrevivir.”

Así recuerdo a Acacio como un hombre de fe, solidario, terco, amable, luchador,   organizado. Y hoy estoy seguro que quienes estuvieron con el más años que yo, recuerdan otras de sus cualidades y también de sus defectos y sobretodo la convivencia.  

Acacio Belandria es  un sembrador y su semilla cayo en tierra buena. 

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