Jóvenes integrantes de una pandilla al norte de Maracaibo presentan sus historias. No han conocido otro mundo que no sea el de delinquir, aunque más de uno ha intentado salir. Todos han pasado por la escuela; sin embargo, cambiaron los cuadernos, el hambre y su inocencia por un “hierro”.
En una esquina aguardan, frente a un mural. Se ven chachareando en las carreteras de arenas. A primera vista parecen unos muchachos más de la cuadra, pero en sus ojos se observa la malicia adquirida en la poca y mala vida recorrida, como si el crimen les hubiese amputado la idea del buen camino.

El primero en contar su historia fue un joven de 20 años, quien confesó que su primer atraco lo cometió con un yesquero
Aparentemente ninguno nació queriendo ser un delincuente, pero a temprana edad las carencias, la rebeldía y la avaricia, araron el sendero para que se convirtieran en el “desecho” de una sociedad que es carcomida por el delito. Transitan en un submundo donde combaten el bueno contra el malo, y el malo contra el más malo.
Debutando con un yesquero
El primero, de 20 años, ahora se ríe de su debut como ladrón de carros, hecho en donde actuó con dos amigos y sin armas. “Me robé un LTD beige, vidrios ahumados y aire, usando un yesquero. Nos hicimos pasar por sus clientes. Lo pasamos pa’ atrás le quitamos las llaves y arrancamos. El carro ‘se cayó’ porque tenía satélite, así que lo tuvimos que dejar botado unas cuadras más adelante. Salimos con 30 bolívares y un reproductor”.
Este joven blanco, de tatuajes y con ojeras producto de los desvelos y las drogas, afirma que no tuvo otra opción al ver los malabares que hacía su madre con un sueldo mísero. “Mami trabaja limpiando y no tenía cobres. Lo que me daba era 15 bolívares, puro pasajes, ni pa’l agua”.
Es el menor de tres hermanos, el único que agarró el mal camino, puesto que las otras dos están graduadas. Conoció a su padre cuando tenía 15 años, a quien vio solo en tres oportunidades. Cuando relata ese episodio, se nota la espina en sus palabras, como reprochando la ausencia del progenitor.
“Llegué hasta noveno y me gustaban las matemáticas”, recuerda, del mismo modo que rescata de su vida actual que ha robado “bastante, porque la necesidad tiene cara de perro”.
Su vida delincuencial comenzó robando con un primo. En su debut como ladrón confiesa que se le iba a “salir el corazón, pero poco a poco se me fue quitando el miedo, porque a la policía no le da mido darme una coñiza. Cuando robé una moto en El Catire de El Milagro, duré tres semana en la cama sin pararme de la paliza, aparte me bajé con 35 mil para que me dejaran quieto”, revela.
Todas estas hazañas delincuenciales declara que fueron bajo los efectos de la marihuana y “las pastillas” porque “la misma nota no nos dejó frenar”.
Mientras se sentaba a narrar los capítulos hamponiles de su vida, entró su madre, una mujer desgastada, quien trabaja en mantenimiento. La mira, pero hace caso omiso y habla de ella: “Le niego que soy ladrón, porque sé que sufre, pero qué hacemos si la economía está muy arrecha. Ella acaba de llegar del médico, tiene cáncer, pero no dice nada”, expresa, mientras juega con sus sobrinos, unos inocentes descalzos que andaban de aquí para allá en la calle polvorienta.
Su último robo fue la semana pasada, cuando “coronó” con dos vehículos y varios celulares. A pesar de no conocer más que el mundo del ‘malandraje‘, asevera que algún día espera salirse, y como principal impedimento tiene a sus enemigos, los que siguen vivos y esperan el momento para matarlo.
“Quisiera trabajar, pero esta cara de malandro no me deja”, manifiesta el muchacho, quien en medio de su ira social, declara que su retiro vendrá cuando sea millonario. “Cuando robe un banco, me retiro, si no, moriré en el intento. Uno vive para morir, estoy claro”, así piensa desde el primer momento que le pusieron dos armas en las manos, una Baby Glock y una Águila del desierto,herramientas que lo llevaron y mantienen en el camino oscuro.
“Mi mamá me regaló cuando tenía 5 meses”
Uno a uno, fue contando su historia. El de 23 años fue el siguiente. Su madre biológica lo regaló cuando tenía 5 meses de nacido. El desprecio por ella le brota por los poros y se le retuercen las vísceras cuando debe mencionarla siquiera.
Fue criado por su padre y su madrastra, a quien considera su verdadera madre. Cuando tenía 13 años, vivió la separación de sus progenitores y de inmediato decidió “agarrar la calle”.
De 23 años, confesó que su madre lo regaló cuando tenía 5 meses y tras el divorcio de su
Antes de incurrir en el universocriminal, relata que fue como cualquier muchacho. Llegó hasta octavo grado en el liceo Juan Pablo Pérez Alfonso, y al igual que el anterior le gustaba la matemática, pero “odiaba el inglés”. Trabajaba para ayudar en la casa empacando en el supermercado Latino y después en una venta de pollos. “Comencé a robar y no fui más”, menciona.
Siendo un puberto y encompinchado con uno de 17 años, se enfiló en una banda compuesta por 15 jóvenes. “A todos los han matado. Queda uno que está en la cárcel y yo, los de ahora son todos nuevos modelos”, expone.
El primer contacto con un arma dice que se lo “ganó” robando un Century en el Adolfo Pons, propiedad de un guardia nacional. Debajo del asiento estaba una 9 milímetro que pertenecía al funcionario. “Lo dejé botado (el carro) a dos cuadras porque eso se iba a caer”.
A los 15 años ya andaba en los nidos del albergue, luego bajo presentación, hasta que lo agarraron por robar un carro en 18 de Octubre, delito por el que purgó un año de cárcel en Sabaneta.
Pareciera de los pocos que se han quedado, por lo menos en un intento fallido, de trabajar honradamente. “Compré una casa en Cabimas y tengo una hija de 3 años, le mando 3 mil 500 semanal. Mis hermanos están claro y la ‘pure’ (madre) me da la cantaleta”.
Seis años estuvo en la Costa Oriental del Lago, donde trabajó como encargado en una arepera y lo botaron “por cambio de personal”. Este hecho según él, lo obligó a “pirar (irse) pa’l barrio otra vez”.
“Alguien me avisó que podía regresar, me dio luz verde. Hace dos días robé una cadena de oro allá en la avenida. Ya no hay remordimiento”, confiesa el joven, quien se ve y escucha más experimentado que otros del grupo.
Lo piensa para decir si existe la posibilidad de salirse de la delincuencia, pero responde con la mano en la barbilla y con la mirada pegada al piso: “Si me consigo una chamba bien puede ser que cambie”.
“A los 12 años robé una bicicleta”
Llega el turno de un joven de 20 años. El tercero de cinco hermanos, quien tampoco terminó la secundaria en el Juan Pablo Pérez Alfonso.
Su entorno en la barriada estuvo enmarcado en la violencia y la delincuencia. Las historias de la cuadra casi siempre tenían una trama delictuosa. “Veía a los demás con cuchillos y robando en bicicletas”, manifiesta.
Desde los 12 años está delinquiendo, ahora tiene 20 y continúa en el camino oscuro
Tratando de recabar información en sus recuerdos, exterioriza que un factor incidente en su actitudcriminal, fue la indisciplina en pleno apogeo de su adolescencia. “La rebeldía mía era tan grande, que no podían conmigo. Me castigaban y me salía por la puerta de atrás”.
Su madre “bachaquera”, su padre vigilante y sus hermanos estudiantes, tienen conocimiento de sus andanzas; sin embargo, él asevera, “se hacen los locos”.
Ya es padre de un niño de 4 años, quien le trae a ratos las memorias de su infancia en bicicletas, caballitos e inquietudes con los amigos.
Apenas tenía 12 años, cuando cometió el primer delito. “Le quité la bicicleta a un carajito del 18 de Octubre. La pintamos de otro color y la dejé pa’ mí”.
Llegó a trabajar como pintor de murales, aunque refiere que le gusta manejar. “Como taxista puedo servir”.
En diciembre de 2014 lo capturaron robando una moto, pero lo soltaron a los tres días. Cuenta que en una oportunidad lo persiguió un policía con una camioneta robada. Sintió la adrenalina con la lluvia de balas que disparaban de lado y lado, suceso que terminó con su aprehensión.
“Vivo con mi mamá, se preocupa mucho, no se imagina el momento en que ya no me pueda ver, pero uno no sabe, hasta el día que ya no regresa”, concluye.
Heredando el gen criminal
El más joven de la pandilla es un adolescente de 16 años quien a duras penas llegó al sexto grado en el colegio Batalla de Carabobo, lugar donde se destacó en el futbolito, sendero del que se alejó garrafalmente, aplastando sus propios sueños de ser un Messi, su jugador favorito.
El gen criminal lo heredó de su padre, un hombre que también se desenvolvía en la vida hamponil y fue asesinado hace cinco años.
Como si tuviera que tomar el lugar de su progenitor, cuando llegó a los 14 años decidió ser ladrón. Dejó de estudiar y cayó preso por robar quintas.
Se justifica diciendo: “Tengo que robar para comer. Mi mamá me aconseja, pero ya uno está aquí en esta vida, Si la muerte llega, llega”.
Con apenas 16 años ya cuenta con un amplio prontuario. Hecho que se atribuye a la influencia de su padre, quien era delincuente y fue asesinado hace cinco años
El testimonio del adolescente se siente frío, pero a ratos se desprenden características propias de un muchacho de esa edad, ocultas en el aparataje criminal y la experiencia delictiva que le brota en los ojos y le pesa en los hombros.
“A los 10 años fumé cigarros, a los 12 marihuana y a ahora las pastillas”, explica, y de su corto recorrido en lo laboral: “Trabajaba en un pulilavado, pero me salí porque estaba obstinado. Salí hace siete meses del albergue, porque había robado una casa en Fuerzas Armadas. Me hicieron unos disparos y yo los devolví. Hace poquito también me cayeron a tiros”, narra.
Confiesa que sí siente miedo en esas cercanías con la muerte, y que hasta ahora no ha matado. En su código no entra asesinar “a mujeres ni niños”.
Asevera que si tuviera la oportunidad haría otra cosa, aunque ni él mismo sabe qué. “Quiero una casa para mi mamá, eso sí, cerca del barrio. Algún día me iré”, dice.
Su vida en un rap
El último en compartir su crónica delictiva fue el mayor entre los que se decidieron a revelar sus incidencias delincuenciales. Tiene 25 años.Hasta noveno grado le vieron la cara sus profesores en el Francisco Ochoa. Se autodefine en ese momento como “mala conducta”.
Un núcleo familiar donde su padre se gana la vida como chofer de tráfico y su madre remendando ropa. De sus hermanos detalla que trabajan, pero uno fue asesinado “por problemas” hace tres meses.
“Ellos intentaron evitar mis malos pasos pero no pudieron. Cada quien es dueño de sus actos”, asegura, este muchacho alto y delgado, con mirada desconfiada.
Con 25 años, pasó del albergue a Sabaneta. Ahora plasma en una canción de género
A los 15 años robó un Malibú marrón en la avenida La Limpia, “lo recuerdo bien”, expresa, señalando que iba acompañado con otro de 20 años. “Ahí nos agarró la policía. Me protegía la Lopna. Después de varios cachazos me dejaron ir”.
“Una 9 milímetros me pusieron en las manos. Solo sentí ganas de robar, porque no hay nada más que se te pueda ocurrir teniendo eso”, revela.
El joven cuenta que después incursionó en el microtráfico de drogas, dinero que usaba para rumbear, pues no tenía obligaciones. “Me allanaron el rancho donde yo vivía. Vendía perico y marihuana”.
Ahora tiene dos hijos de 6 y 2 años y un tercero que nacía en el momento en que hablaba. “Está naciendo ahorita, pero ando peleado con la mujer, esa barriga las pone así”, reniega.
“Trabajé en la mecánica y en construcción”, su intentó de trabajar honradamente hace algunos años.
Cuatro años estuvo preso en Sabaneta por robo agravado, penitenciaría de la que salió cuando la clausuraron en 2013.
Asegura que su último robo data de hace cinco años, porque ahora se va al centro “a trabajar legal reparando teléfonos”.
A él, el tiempo le ha rendido. Su vida la convirtió en un rap cargado de letras cortantes que le revuelven los recuerdos.
El criminal: ¿Problema o consecuencia?
Tras conocer la vida y obra hamponil de estos pandilleros, una pregunta salta a la mesa: ¿son un problema o una consecuencia?
La socióloga María Bustos, especialista en violencia social, tras varios estudios realizados en la conducta y entorno de las familias venezolanas, explica que uno de los problemas graves deviene de la ausencia del padre y la carencia de afecto de la madre. “La violencia delincuencial en jóvenes, casi siempre es de origen popular”, explica.
Bustos señala que la conducta de estos pandilleros se divide entre los estructurales y pasionales.
El primero se refiere a aquel con antecedentes disfuncionales dentro de su esquema parental, ausencia de padre y madre promiscua. “La mayoría han sido rechazados por su mamá, pero si la tienen es rescatable”, manifiesta.
La socióloga describe que el segundo como de acción inmediata, y la pasión que lo mueve es una pasión noble, distinguiéndose de las acciones que impulsan a los delincuentes comunes.
“La tipología del delito se ha agravado. En los ’80 se daban tiros de gracia; sin embargo, hoy no hay ética malandra, porque antes tenían como premisa proteger a la gente del barrio”, refiere.
Asimismo, puntualiza que por su corta edad están sujetos a los impulsos, pues se ven obligados a cometer crímenes de alto calibre para obtener el respeto de sus pares.
“Muchos no tienen remedio, y su vida suele ser muy corta”, enfatiza la Bustos, al tiempo que reitera que esta incidencia “viene gestándose desde hace años”.
La solución definitiva para dejar de abonar el terreno para futuros criminales, debe comenzar desde los más pequeños. Según la socióloga “deben aparecer los padres, quienes representan la figura que controla, autoridad y disciplina. La madre debe dejar de ser omniabarcante, para realizar el rol que le compete, que es la de proporcionar el afecto, educación y alimentación en casa”.
Del mismo modo, el Estado debe cumplir su papel. Ser racional y efectivo en los programas de prevención, control policial, y castigos asertivos, que eviten y reduzcan la reincidencia en los delitos al mínimo.
Advierte: “Venezuela es un país clasista. A veces incurren en la delincuencia por solo querer tener dinero, la pobreza suele ser una excusa”.
Al final de sus crónicas, aconsejaron a los jóvenes de los barrios que le den una oportunidad a los estudios, puesto que su vida como criminales puede resultar corta
De acuerdo a lo que expone Bustos, muchos de los pandilleros expresaron haberse enfilado en las bandas delictivas por ser testigo y protagonista de la miseria; sin embargo, alguno atestiguó que debía vestir bien y comprarle cosas a sus conquistas, por lo que afianza su teoría en que el país se desenvuelve en un entorno clasista. “Tanto tienes, tanto vales”.
Ellos confesaron que su camino de retorno a una vida “limpia” se ve difícil. Están conscientes de que su mundo “no puede llamarse vida”.
Por su parte, la socióloga concluye que estos jóvenes son el reflejo de una sociedad que ha venido desgastándose, a pesar de ser un “país pacífico”, título que se gana Venezuela, avalado por la historia de no haber protagonizado guerras con otras naciones. Esta pandilla para Bustos no es más que “la expresión del sujeto negado”.
Todavía les queda razón para saber en qué están metidos. “El que pueda estudiar, que estudie”, dijo uno secundado por otro, quien desde su angustia por saber que probablemente algún día saldrá en las páginas de Sucesos, aconsejó a aquellos que viven en un barrio: “Métanle en pecho si quieren a su mamá, y por ustedes mismos. No se dejen influenciar, aprendan a tomar sus propias decisiones”.





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