jueves, 16 de enero de 2014

REFRIGERO ESPIRITUAL

ENFRENTANDO LA INJUSTICIA
Miraba por la ventana desde el auto destartalado en que cruzaba aquellos caminos polvorientos, mientras recordaba las circunstancias que le obligaban a cruzar la frontera por caminos verdes. Aquel viajero no había cometido delito alguno, pero estaba en la mira de un sistema corrompido, que incluso le hostigaba y extorsionaba para permitirle entrar “sin problemas” a su propio país de origen. La descomposición moral del sistema judicial estaba pasando factura y, de paso, le cobraba el encendido verbo con que denunciaba delitos del Estado a través de medios de comunicación nacional con proyección internacional. Ahora, era él y no sus denunciados quien estaba a un paso de prisión…o algo peor. Se le acusaba de usar dinero obtenido ilegalmente para conspirar contra un gobierno, asunto de extrema gravedad en cualquier parte del mundo. Mientras sentía el movimiento por las irregularidades de la trilla, que parecía haber sufrido un bombardeo, haciendo pausa en cada uno de los múltiples puntos de cobro de peaje en aquella región sin ley, meditaba sobre los riesgos y posibles consecuencias de querer ver, brevemente, a seres amados.  Entonces algo llamó su atención y le hizo ver con mayor claridad la injusticia que suelen enfrentar quienes procuran adecentar a una nación en tiniebla moral. En un punto del recorrido el “camino verde” y la carretera que conecta las dos fronteras quedan lo suficientemente cerca como para permitir ver una escena que, los antiguos griegos, presentarían como tragicomedia. No menos de un centenar de camiones cargados de gasolina y alimentos, entre otros, cruzaban con la mayor normalidad hacia la nación vecina. Todo ante la mirada de funcionarios cuyos sueldos son pagados por todos, incluyendo personas como…aquel viajero. Un sentimiento de frustración y enojo le abrazó en aquel momento, aquellos que fueron denunciados usaban el camino ancho construido para la decencia, mientras uno de tantos que pagaron para su construcción debía ocultarse entre matorrales. Pensando en esta historia que me ha sido compartida, en esta madrugada pienso en las palabras de Jesús en Mateo 5:6 “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia…”. No se refirió a tener sed de venganza, sino de justicia. ¿La diferencia? Quien busca venganza se va minando de amargura y ansiedad, pero quienes buscan la justicia se alimentan de una esperanza que les mantiene firmes en su lucha por alcanzarla. Creo oportuno decirte que quienes anhelan justicia en los términos Divinos no son unos “cara larga”, ni mucho menos amargados, aunque les toque enfrentar la injusticia de un sistema de valores distorsionados en su entorno. He conocido la historia de personas que han marcado la historia y admiro su sentido de justicia -y hasta el entusiasmo y humor- que mantuvieron cuando su crisis estaba en el momento más tenaz. Un joven príncipe llamado José tuvo la oportunidad de vengarse de la cobardía e injusticia de sus hermanos mayores, pero actuó con justicia. Un hombre llamado David vivía oculto, huyendo, en una cueva que era usada para hacer necesidades físicas, un sanitario público, y allí tuvo la oportunidad de vengarse de su perseguidor, pero no dejó que ese sentimiento lo dominara y fue llamado “un hombre conforme al corazón de Dios”. Un hombre llamado Saulo, luego Pablo, fue preso por causas injustamente durante años, pero en prisión escribió cartas sobre el gozo que hasta hoy ayudan a recuperar la esperanza a quienes la habían perdido. Una mujer llamada Fanny Crosby quedó ciega por la mala praxis de un médico, pero lejos de amargarse se convirtió en una escritora de miles de melodías de fe y esperanza que son entonadas en todo el mundo. Nelson Mandela encontraba tiempo para reír con sus compañeros de prisión en la implacable prisión de Robben. ¿Qué tienen en común esas personas? Tenían hambre y sed de justicia, no de venganza. Sus almas no se amargaron, nunca se rindieron ni arrodillaron ante las “injusticias” de la vida. Cruzaron la línea final de pie, con valor, sin amargura. La huella que estas almas han dejado en nuestra historia es digna de seguir. Ahora, para terminar, ¿sabes cómo termina la frase de Jesús? Termina diciendo: pues ellos serán saciados. Me parece que todos, en cierto momento, enfrentamos la injusticia, y quise decirte que ante esos episodios no dejes que la angustia, el miedo, el enojo, y ese instintivo deseo de venganza se apoderen de ti, no dejes que la amargura secuestre tu entusiasmo. Estoy orando por el viajero del relato, pidiendo fuerza para que la injusticia no quiebre su cuerpo ni alma…para que su hambre y sed siga siendo de justicia, y que sea saciada, lo mismo que la tuya. No te dejes quebrar por causa de la injusticia, no seas vencido por el mal, enfréntale, enfréntale con el bien. Feliz día.

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